Las autoridades estatales de West Charleston informaron sobre la presencia de la enfermedad por primera vez el 27 de septiembre. Una semana después, se registraron oficialmente noventa y cuatro casos y dos muertes; es posible que el número real de casos y muertes haya sido mucho mayor. Antes de la segunda semana de octubre, la epidemia había alcanzado su pico máximo, con la mayor cantidad de casos registrados.

1921. Los niños Mullens (y algunos vecinos) listos para ir a la escuela en Charleston, Virginia Occidental. En plena pandemia, las autoridades cerraron las escuelas y otros sitios de reuniones públicas para limitar la diseminación de la enfermedad. [Crédito: La Biblioteca del Congreso]

En el Condado de Berkeley, incluso el destino de los criminales se vio alterado por la pandemia. Acusado de haber falsificado un cheque por cuarenta dólares, James Horvatt fue enjuiciado ante el tribunal del condado el 27 de septiembre, en el mismo momento en que la influenza ingresaba al estado. Mientras estaba en prisión esperando el juicio, Horvatt contrajo la influenza de uno de sus compañeros de celda, Robert Smith. El día en que Horvatt fue enjuiciado, Smith falleció a causa de la influenza. El mismo Horvatt estaba muy enfermo. No obstante, cuando le ofrecieron un aplazamiento, lo rechazó. En cambio, Horvatt asistió al juicio y todos los que estaban en la sala ese día se contagiaron la enfermedad. Tres de los abogados que estaban a cargo de la demanda ese día contrajeron la influenza y murieron tres días después de que el juicio de Horvatt concluyera. Otras tres personas, el juez, el secretario del condado y el abogado acusador auxiliar del caso Horvatt, junto con sus familiares cercanos, todos contrajeron la enfermedad y estuvieron cerca de la muerte. En respuesta, el periódico local de Martinsburg publicó algunos consejos sobre cómo enfrentar la influenza: "No se preocupe, deje de nombrarla, deje de pensar en ella, evite a la gente que se ha contagiado".

c1920. Mineros en huelga obteniendo raciones, West Virginia. Las regiones mineras del estado fueron azotadas fuertemente por la pandemia. [Fuente: La Biblioteca del Congreso]

Desde Leon, H.W. Greenlee le escribió a su hijo que estaba en servicio en Francia, "hay tanta influenza que nos preocupamos cada vez que alguien no se siente bien".

La Universidad de Virginia Occidental estuvo cerrada durante la epidemia y una asociación estudiantil en el campus se convirtió en un hospital de emergencias. En Morgantown, se cerraron los teatros e iglesias y se prohibieron las reuniones públicas.

En la Escuela para Ciegos y Sordos de Virginia Occidental en Romney, alrededor de doscientos alumnos y empleados fueron afectados por la enfermedad. El hospital de la escuela y los dormitorios fueron ocupados en su totalidad por los enfermos. Varias enfermeras se enfermaron y fueron hospitalizadas como pacientes. Los maestros y residentes del lugar debieron interceder y desempeñarse como enfermeros para cuidar de los pacientes con influenza. Luego, dos enfermeras de la Cruz Roja llegaron desde Parkersburg para colaborar en la crisis.

La enfermedad azotó a las zonas mineras con mayor intensidad que a cualquier otra área. Antes del mes de octubre, tantos habitantes de Virginia Occidental estaban enfermos o cuidando de quienes se habían contagiado la influenza que un comité local estimó que sólo un 20% de la gente podía desempeñar sus tareas habituales. Por ejemplo, sólo había dos carteros disponibles en Martinsburg. En ese mismo lugar, los sepultureros también se vieron abrumados en su labor. Durante varias semanas, los sepultureros debieron enfrentarse con un atraso de al menos dos docenas de tumbas que debían ser cavadas por día.

El Gobernador Cornwell solicitó la colaboración del Servicio de Salud Pública y se enviaron cuatro médicos residentes de la Universidad de Maryland. A pesar de esta ayuda, la mayoría de los habitantes de Virginia Occidental no tuvieron contacto con profesionales de la salud capacitados durante la pandemia.

Abundaban los remedios caseros. Se recomendaba beber alcohol, aplicarse parches a base de cebolla, comer cebolla cruda, e incluso beber limonada caliente para inducir la transpiración. Ninguno de estos tratamientos resultó eficaz.

La enfermedad tuvo su pico máximo en el estado durante el otoño. No obstante, se extendió por todo el estado durante el invierno y la primavera de 1919.

Un año después de finalizada la pandemia, persistían los recuerdos y se advertía una preocupación por otro posible brote de la gripe. En un cambio dramático respecto de los años anteriores, todos y cada uno de los casos de influenza se comunicaron de inmediato a las autoridades. Cuando se registró un brote en Pruntytown, el comisionado de salud estatal, S.L. Jepson, le escribió al Director General diciendo "Considero apropiado informarle que acabo de recibir un informe del director de un reformatorio estatal para varones ubicado en Pruntytown". El director afirmó que tenía más de cien casos de influenza entre los varones de su institución. Jepson añadió que "tres o cuatro de los casos que enumera el informe se complicaron con neumonía, pero el resto de los casos están sobrellevando bien la enfermedad y se estima que no se registrará mortalidad alguna. Este es el primer brote local de influenza que se registra en el estado y creemos con fundamento que el estado escapará a una invasión de la enfermedad este invierno. No obstante, este informe me hace pensar que el período peligroso aún no ha sido superado". Los temores de Jepson fueron infundados ya que la temporada de influenza de 1919-1920 fue mucho menos grave que la de 1918-1919.