Embajada de los Estados Unidos
INFORMACION DE FONDO

México, D.F. - 28 de Septiembre del 2000

A continuación se encuentra el texto completo de la tesis que presentó el Embajador Jeffrey Davidow durante la ceremonia en la que recibió la Membresía Honoris - Causa de La Academia Mexicana de Derecho Internacional.
 

CREANDO UN ESPÍRITU DE CONVERGENCIA
Socios Permanentes:  Un Futuro Escenario
 en las Relaciones entre los Estados Unidos y México

por Jeffrey Davidow
Embajador de los Estados Unidos en México

El asunto más apremiante que debemos afrontar en la América del Norte es si durante los próximos años vamos a ser testigos de un proceso en  el que podemos convertir la “convivencia” (o sea, vivir y trabajar el uno junto al otro) en una verdadera “convergencia” (una convergencia de acciones, ideas y estructuras), que dará una mayor fortaleza y prosperidad a nuestros pueblos.  La respuesta es un "sí" enfático:  sí podemos hacerlo.  Pero, – y se trata de un gran “pero” – la convergencia no va a suceder de manera natural, sino que va a requerir de gran dedicación y trabajo para promover valores comunes y un mejor entendimiento de nuestras naciones y de nuestros posibles socios.

Las Fuerzas de la Integración

Existen fuerzas en el mundo de hoy que ya promueven un contacto más estrecho entre las tres naciones de la América del Norte.  Tan sólo en los últimos años y en especial desde que el TLC entró en vigor, México, Canadá y los Estados Unidos han experimentado un flujo comercial, cultural y de personas cada vez más marcado.  Todo indica que estos flujos aumentarán en los años venideros.

El impacto mutuo de estos tres países es inmenso.  Por ejemplo, casi no hay un aspecto de la vida cotidiana de un ciudadano estadounidense que no sea influenciado de manera importante por lo que acontece en México:  los bienes que producimos y consumimos, la composición de la fuerza laboral, los salarios que pagamos y el salario que recibimos, el idioma que hablamos en casa y en la escuela, los retos a que hacen frente nuestras instituciones educativas, el mantener la ley y el orden en nuestras ciudades y en nuestras zonas fronterizas, el aire que respiramos, el agua que bebemos, así como las enfermedades a que debemos hacer frente.  Me atrevería a decir, de igual forma, que la influencia de los Estados Unidos en la vida diaria de México es igualmente amplia.

De hecho, los expertos en las ciencias políticas han acuñado un nuevo término para describir la naturaleza de los temas más importantes en nuestras relaciones: interméstico, o sea la combinación de las palabras internacional y doméstico, que para nosotros quiere decir nacional.  Con ello quieren significar los asuntos que ya no pueden considerarse tan sólo como de importancia internacional o nacional.  La “intermesticidad” trae nuevas dificultades en asuntos y relaciones ya complicadas, y hace que la elaboración de las políticas públicas sea aún más compleja porque las respuestas adecuadas requieren la consideración, no sólo del gran y usual número de fuerzas y opiniones a nivel nacional, sino también de las preocupaciones de un gobierno y pueblos extranjeros.

Gran parte del debate actual acerca de la configuración futura de estos crecientes contactos se concentra en las características específicas de la convergencia: ¿Habrá una moneda común?  ¿Qué hay acerca de la migración?  ¿Habrá fronteras abiertas?  ¿Se abrirán todas las áreas de la economía a los inversionistas de cada uno de estos países?  Y así sucesivamente.  Es perfectamente legítimo y sano que se discutan estos temas ahora al comenzar un nuevo siglo y mientras aguardamos que tome posesión un nuevo liderazgo político en los Estados Unidos y en México.

Pero aún no están a la mano las respuestas a estas interrogantes y, de hecho, no pueden ser producidas por las sociedades de la América del Norte tal como existen actualmente.  Este continente está en proceso de evolución con mayor rapidez que en cualquier otra época en su historia, y esta evolución, con su impulso inherente de tesis y antítesis, va a producir nuevas etapas de desarrollo.  El México actual no es el México de 1990.  El Canadá de mañana puede ser muy diferente del Canadá de ayer.  Y los Estados Unidos del año 2025 pueden ser, en algunos aspectos importantes, muy distintos de los Estados Unidos del año 2000.  En resumen, no podremos darnos el lujo de tratar con actores estáticos, sino que más bien seremos los mecánicos que reparan un automóvil mientras avanza a velocidad en una supercarretera.

Es más, en cualquier esfuerzo por construir una visión del futuro, también deben tomarse en cuenta otras naciones.  En la Cumbre de las Américas celebrada en Miami en 1994, todos los jefes de gobierno del continente, elegidos democráticamente – lo que incluyó a todos los países con excepción de Cuba – acordaron sentar las bases de un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, desde el Yukón hasta la Patagonia para el año 2005.  El proceso de negociaciones continúa y está logrando éxitos que no se han destacado. En noviembre pasado, los secretarios de Comercio de los 34 estados miembros firmaron una declaración y un paquete para facilitar los negocios que se concentra en medidas prácticas para simplificar los trámites aduanales y para promover la transparencia gubernamental.  Los grupos negociadores continúan reuniéndose este año para elaborar acuerdos relacionados, entre otras cosas, contra el dumping y los subsidios, la promoción y protección de las inversiones, la propiedad intelectual, las adquisiciones por parte de los gobiernos, estándares laborales y el alivio a la pobreza.  Todo esto puede terminar facilitando un mayor avance hacia un acuerdo de libre comercio dentro del continente.

Las oficinas centrales de las negociaciones para un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, ubicadas ahora en Miami, se trasladarán a México en el año 2003, y este país se convertirá en el punto central para lo que sin duda será una de las negociaciones más difíciles pero potencialmente más importantes que se hayan realizado alguna vez.  El punto fundamental que hay que tomar en cuenta es que los límites y la geografía del mundo del comercio serán dentro de una generación bastante diferentes de lo que son ahora.

Dentro de la misma América del Norte, las sociedades dinámicas al norte y sur de México y de los Estados Unidos complican aún más el debate sobre el futuro.  Algo que de seguro va a cambiar en el futuro es el papel que jugarán las naciones de América Central en cualquier configuración con respecto a la América del Norte.  La relación de esos países con los Estados Unidos y con México se caracteriza ahora por un comercio creciente, por acuerdos de libre comercio y por una migración importante – cuya mayor parte se dirige a los Estados Unidos, aunque cada vez más se dirige directamente a México.  Por ejemplo, las estadísticas recientemente dadas a conocer por el Instituto Nacional de Migración mexicano indican que el año pasado se deportó la cifra sin precedente de 120,000 migrantes centroamericanos indocumentados a su país de origen.  Una cuestión que debe ponderarse es si se puede esperar que los tres signatarios del TLC avancen hacia una mayor convergencia sin atraer de alguna manera importante a los 40 millones de residentes de América Central, una cifra que va a crecer rápidamente en los años venideros.

Al norte de nuestro país, Canadá continúa como una nación cambiante con su propia historia, cultura, asuntos de identidad, orientación lingüística y formas de gobierno.  No es apropiado que México o los Estados Unidos opinen sobre el tema de la independencia de Quebec, pero claramente los dos vecinos de Canadá han acogido con agrado el tener un vecino fuerte y unificado, y una alteración importante del status quo agregaría otro elemento importante a las tendencias hacia la convergencia.

Debido a la naturaleza dinámica del continente, es difícil en este momento percibir con claridad las características específicas de una región de Norteamérica más integrada, puede ser más valioso en términos analíticos entender que, independientemente de su configuración final, esa convergencia debe basarse en valores, filosofías, perspectivas y experiencias compartidas.  Por supuesto, dejemos que continúe el debate sobre asuntos específicos; de hecho, que se dé a plenitud, pues servirá por sí mismo como un catalizador, produciendo cambios tanto en quienes hablan como en quienes escuchan.  Pero al mismo tiempo, concentrémonos en entender y desarrollar las condiciones necesarias para conformar un espíritu de convergencia, que pueden utilizarse de la manera más apropiada para establecer la realidad futura.

Cuánto Hemos Avanzado hacia la Convergencia

Es útil explorar los acontecimientos recientes entre las naciones de Norteamérica, o sea, conocer cuán lejos hemos avanzado antes de decidir cuán lejos debemos ir.  Por lo que respecta al comercio entre los Estados Unidos y México, éste ha aumentado de 83 mil millones de dólares en 1994 a 195 mil millones en 1999, y se espera que crezca hasta los 215 mil millones de dólares este año.  La cifra total del comercio entre los tres países signatarios del TLC fue de 557 mil millones de dólares en 1999.  México se ha beneficiado en especial, pues sus exportaciones a los Estados Unidos se han más que duplicado durante los seis últimos años, de 51 mil millones a 120 mil millones de dólares el año pasado, y llegarán con facilidad a los 125 mil millones de dólares este año.  En el caso de México, esto se ha traducido no sólo en más empleos, sino en empleos mejor pagados, pues las empresas que exportan el 60 por ciento de su producción o más, pagan salarios 33 por ciento más altos en promedio.

México ha superado a Japón como el segundo socio comercial de los Estados Unidos y, de acuerdo con algunos economistas, dentro de la próxima década va a superar a Canadá y a ocupar el lugar principal.  Pero más importante que la cantidad del comercio es la naturaleza de la creciente integración de la producción en la que cada uno de los tres países maximiza sus ventajas competitivas.  La industria automotriz de la América del Norte es el ejemplo más obvio de una industria integrada que ha promovido una mayor competitividad, más empleos y menores precios al consumidor.  La electrónica es otra industria que ha experimentado un crecimiento geométrico tan sólo en los últimos años.  La agroindustria es otra, y las exportaciones de productos agrícolas mexicanos a los Estados Unidos casi igualan ahora las importaciones agrícolas provenientes del norte.

Por lo que toca al flujo de personas, los demógrafos señalan que hay prospectos interesantes.  Se calcula que dentro de los próximos diez a quince años, la fuerza laboral disponible en los Estados Unidos va a declinar en forma significativa a medida que quienes formaron el aumento poblacional posterior a la Segunda Guerra Mundial – los famosos "baby boomers" – se jubilen de empleos activos.  Suponiendo un crecimiento continuo de la economía estadounidense, que no se basará tan sólo en una mayor eficiencia productiva, los Estados Unidos tendrán una necesidad continua de más trabajadores o tendrán que ver que más de su propia industria se traslade a otros países.  Actualmente hay 15.7 millones de trabajadores inmigrantes en los Estados Unidos – 17 por ciento más que hace tres años – que conforman el 12 por ciento de toda la fuerza laboral del país.

A causa del gran avance de México con respecto a sus programas de planificación familiar, el crecimiento de la población mexicana se va a equilibrar dentro de 30 años, pero hasta entonces habrá una necesidad constante de encontrar oportunidades de empleo para más mexicanos en este país o en otras partes.  Las tendencias demográficas para el futuro previsible son, por lo tanto, complementarias y ofrecen nuevas perspectivas.

 Los resultados iniciales del censo del año 2000 indican que casi el 12 por ciento de la población estadounidense es de origen hispano.  Los mexicanos y los méxico-norteamericanos forman casi el 65 por ciento de ese total.  La población hispana ha crecido casi 50 por ciento desde el censo de 1990 (de 22 millones a 32.5 millones de personas) y se espera que llegue a 43 millones en el año 2010, convirtiendo a los Estados Unidos en la segunda nación de habla hispana en el mundo, tan sólo después de México.  Esto es sólo una parte de las pruebas de que los Estados Unidos continúan siendo el país más abierto a la migración extranjera.  El año pasado, 800,000 extranjeros recibieron la visa de residente permanente.  El grupo mayor (alrededor del 20 por ciento) provenía de México.

El flujo de personas con una mayor facilidad de mover información e ideas significa que hay una creciente interpenetración de las culturas. Mucho se ha escrito en ambos lados de la frontera acerca de la amenaza del dominio cultural y la pérdida de identidad cultural.  Es cierto que en el mundo moderno, las personas y en especial los jóvenes tienden a tener similares hábitos de vestir, alimentarse y bailar, cuando no están usando el Internet, sin importar su país de origen.  Pero las sociedades con fuertes tradiciones culturales – México y los Estados Unidos son naciones convencidas de su propia excepcionalidad – no van a perder su identidad cultural.

Por el contrario, puede argumentarse sólidamente que, a medida que las naciones estén más integradas en términos económicos, hay un deseo creciente de conservar las formas culturales existentes y viceversa, a medida que aumente la migración, hay un mayor deseo de fortalecer algunas características culturales e históricas entre las poblaciones migrantes.  Y en sociedades abiertas, la mayoría de la población adopta aspectos de la cultura migrante.  No es un accidente que el 17 de marzo, Día de San Patricio, se celebre con mayor entusiasmo en Boston o Nueva York que en Dublín, o que el Cinco de Mayo se haya convertido en un día de festividades importantes en Los Angeles y Chicago.  El hecho de que personas que no tienen ascendencia irlandesa o mexicana participen plenamente y acepten estas celebraciones como días festivos cívicos, es una evidencia aún mayor de la expansión multicultural, no de la disminución cultural.

A pesar de la apertura estadounidense a nuevas influencias culturales y a nuevas personas, las cuestiones relativas a la migración siguen estando entre las más delicadas en ambos lados de la frontera.  Independientemente del sensacionalismo ante el cual sucumben con frecuencia la prensa y los actores políticos con respecto a este tema, México y los Estados Unidos están de acuerdo en algunas cuestiones de principio importantes.  Ambos países reconocen que aunque la cooperación es indispensable en asuntos fronterizos y migratorios, en último término compete sólo a México y a los Estados Unidos individualmente decidir a quién permiten ingresar a través de sus fronteras.  Ambos estamos de acuerdo en que sin importar los motivos o la situación legal de un migrante, la persona debe ser tratada con respecto por su dignidad humana y con justicia, de acuerdo con las leyes aplicables.  Ambas naciones acogen la sabiduría de Benito Juárez tocante a que “El respeto al derecho ajeno es la paz”.  Pero aunque estos son principios compartidos, con demasiada frecuencia se les ignora o viola.  Es cierto que hay abusos de los derechos humanos de los migrantes en los Estados Unidos, pero las autoridades los investigan ampliamente, los  remedian  y aplican las sanciones pertinentes si se prueban los alegatos.  Pero, con franqueza ocurren con menor frecuencia que lo que indica la percepción popular en México.  Y ciertamente, mientras que México sostiene que deben  respetarse las leyes de otros, es cuestionable si esta creencia se extiende a la percepción general de que los mexicanos deben respetar las leyes de los Estados Unidos y no ingresar a ese país sin la debida autorización.

Finalmente, existe el acuerdo general de que la migración no es un fenómeno social aislado, sino que es más bien uno de los resultados de una serie de factores, en especial de la falta de oportunidades económicas.  Mientras las disparidades de ingreso continúen siendo altas entre países vecinos, la atracción de la migración continuará.  La migración internacional dentro de la Unión Europea ha declinado de manera importante, aunque también es cierto indicar que la migración proveniente de países que no forman parte de la Unión Europea, en especial del norte de África y de Europa Oriental, es muy alta.  La causa de la menor migración entre países miembros de la Unión Europea es probablemente bastante compleja, pero seguramente debe estar relacionada con el crecimiento económico de los miembros relativamente más pobres de la Unión.  Por ejemplo, en 1981 el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de Portugal era 22 por ciento del de Alemania, y en 1999 se había duplicado al 45 por ciento.  En 1981, la proporción entre España y Francia era de alrededor del 45 por ciento, y ahora el PIB per cápita de España es casi el 62 por ciento del de Francia.  Admito que estas cifras no nos dan todo el panorama.  Por ejemplo, no toman en cuenta la distribución del ingreso entre las poblaciones nacionales, pero también está claro que el rápido crecimiento económico ha dado más oportunidades a todos los españoles y portugueses, y ha reducido las cifras absolutas y relativas de las personas que viven en la pobreza.  Haciendo a un lado las razones políticas o de discriminación racial o religiosa, la pobreza es el motor principal de la migración y la prosperidad es lo que más la reduce.
 

De acuerdo con el Banco Mundial, hoy el PIB per cápita anual de México es de 4,963 dólares, el de Canadá de 20,823 y el de los Estados Unidos de 33,654 dólares, o sea que el de México es menos del 15 por ciento del de los Estados Unidos.  A medida que crezca la economía mexicana y aumente el ingreso, también va a cambiar la ecuación migratoria.  También es importante señalar que en la actualidad los Estados Unidos no tienen fronteras abiertas para los ciudadanos de ningún país, aunque los ciudadanos de alrededor de 25 naciones no requieren de visa para ingresar al país en calidad de turistas.  Con todo, ningún extranjero puede trabajar legalmente en los Estados Unidos sin un permiso específico y la visa apropiada.  Pero las fronteras abiertas no es un tema que pueda ser rechazado sin ningún análisis como una característica de la convergencia posible de la que estamos hablando.  Se trata de un asunto legítimo que debemos analizar de tiempo en tiempo a medida que avancemos hacia el futuro.

El hecho de que las naciones de Europa Occidental han llegado en términos generales al mismo nivel de desarrollo económico avanzado ha hecho más posible su integración en la Unión Europea, de igual forma que lo ha facilitado el que no haya una economía dominante, pues la población de varias naciones es similar en número, al igual que su fortaleza económica: Inglaterra, Alemania, Francia e Italia.  Empero, la economía no lo es todo; si así lo fuera habría un mayor nivel de convergencia entre los Estados Unidos y Canadá del que ahora existe.  Otros elementos también importantes son la historia, la tradición, el orgullo nacional, los prejuicios y toda la gama de sentimientos humanos como de políticas nacionalistas.

Principios Democráticos Compartidos

Los elementos más importantes en un proceso de convergencia son los que se relacionan con valores compartidos y con un mayor entendimiento de la nación propia y de los otros socios potenciales.

La piedra angular de la convergencia es la creencia compartida en la democracia como el mejor sistema de gobierno porque está diseñado a corregirse a sí mismo de sus propios excesos.  Los democráticos creen que el poder pertenece al pueblo y que los dirigentes son seleccionados para gobernar como depositarios de la confianza pública.  Los dirigentes sirven a la gente; la gente no está al servicio de los intereses de quienes detentan el poder en forma temporal.  Quienes son elegidos para gobernar deben sujetarse al escrutinio continuo y deben poner su autoridad a prueba en elecciones conducidas con justicia en las que la oposición tiene la posibilidad real de alternancia.  La democracia no es un fin en sí mismo, es un proceso.  Es una senda hacia mayores oportunidades y libertades para el ciudadano común.

Además de respetar las libertades tradicionales asociadas con la democracia – de expresión, de asociación, elecciones libres, etcétera – hay otros elementos que forman parte del mosaico de la vida democrática moderna.  Esos elementos por lo general se relacionan con la creación de una cultura cívica.  En ella, los ciudadanos que no desempeñan un cargo en el gobierno, adoptan una posición firme, ya sea individual o colectivamente, demandando la transparencia gubernamental y una mayor participación cívica en la formulación y puesta en vigor de las políticas gubernamentales en todos los niveles – federal, estatal y municipal.  Las actividades de los observadores electorales en las elecciones del 2 de julio, tanto los designados por el Instituto Federal Electoral, como los que pertenecen a organizaciones cívicas, son un ejemplo clásico de cómo, a través de su propia participación, los ciudadanos pueden salvaguardar los beneficios de un sistema democrático.

La transparencia y apertura del gobierno se mide con frecuencia por su reacción a las actividades de las organizaciones no gubernamentales y la disposición del gobierno en todos los niveles de dar atención y responder a las manifestaciones del sentir general en temas de interés público.  Se trata sin duda de un tema complicado, porque los gobiernos pueden argumentar de manera razonable, y así lo hacen, que los representantes de uno u otro organismo no gubernamental no representan la voluntad del pueblo en general – tal responsabilidad recae en los servidores públicos electos y, por lo tanto, el punto de vista de esos organismos no amerita necesariamente mucha atención.  Con frecuencia, este argumento se utiliza en interés propio y los gobiernos que no están dispuestos a registrar los intereses, por ejemplo, de un sindicato, están más que dispuestos a escuchar con atención las posiciones de una organización de empresarios o viceversa.

Claramente no todas las organizaciones no gubernamentales son serias o representan en forma significativa el sentir de los ciudadanos, pero un gobierno sabio encuentra la manera de escuchar sus puntos de vista, de colocar las ideas en el debate público y de confiar en que el proceso democrático – la perenne y abierta batalla de las ideas – va a avanzar porque se han presentado de esta forma.  En el mundo actual donde las ideas y las simpatías se mueven de manera tan rápida a través de las fronteras nacionales, la comunidad de organizaciones no gubernamentales es cada vez más transnacional  y buscará ejercer influencia sobre múltiples gobiernos al mismo tiempo.  Tal es el caso particular de las organizaciones involucradas mayormente en cuestiones de derechos humanos, laborales y ambientales.  Al promover un espíritu de convergencia entre las naciones deben encontrarse modalidades para dar a estas instituciones la atención que merecen.

En junio de este año, los ministros de relaciones exteriores y representantes de más de 100 gobiernos se reunieron en Varsovia, Polonia, y expresaron su aspiración y compromiso común de promover, fortalecer y preservar la democracia.  Emitieron una declaración que adoptó un conjunto de 19 principios y prácticas democráticas principales, y se comprometieron a ayudar a crear un ambiente externo que conduzca al desarrollo democrático.  Quizá un día veamos en retrospectiva estos 19 principios de la misma forma como consideramos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como nuestra definición de lo que constituye una democracia y lo que la comunidad internacional está tratando de crear con gran esfuerzo.

El Estado de Derecho al Crear la Convergencia

En el centro del proceso democrático está la firme adhesión al estado de derecho.  Esto es particularmente importante cuando se habla de la convergencia entre las naciones.  Lo que los ciudadanos de un país más anhelan de su propio gobierno y de cualquier otro gobierno con que se puedan asociar, es la predecibilidad que proviene del estado de derecho – reglas de juego entendidas por todos.

Los sistemas judiciales de Francia e Inglaterra no son idénticos; de hecho son bastante diferentes, pero el ciudadano francés común y su contraparte inglesa están relativamente seguros de que, si llegaran a requerir el auxilio de la policía o del sistema judicial del otro país, recibirían un trato equitativo aún cuando no comprendieran lo intrincado de la ley o cómo funcionan los tribunales.  Este alto nivel de confianza, basado en la observancia predecible del estado de derecho, es esencial a cualquier proceso de convergencia.  El empresario mexicano que busca invertir en Canadá o en los Estados Unidos debe tener confianza en que el sistema judicial de esos países no sería fácil o injustamente manipulado por quienes lo utilizan para sus propios propósitos.  El migrante mexicano en los Estados Unidos o el turista estadounidense en México deben tener la confianza en que serán tratados con justicia por quienes detentan la autoridad, aún cuando hayan faltado o se piense que hayan faltado a las leyes del otro país.

La confianza en la justicia y en la honorabilidad, como elementos esenciales de los sistemas judiciales extranjeros, es especialmente importante cuando las naciones comparten fronteras, pues la frontera misma puede convertirse en un elemento que ayude a la impunidad del delincuente.  Las organizaciones criminales, al igual que las personas que violan la ley, tratan de utilizar las diferencias en las leyes nacionales para protegerse a sí mismos.  El ejemplo más común de impunidad es el caso de criminales que tratan de escapar a la justicia al abandonar el territorio en que cometieron sus crímenes por la seguridad relativa de otra jurisdicción.  Esto pone una carga enorme en los sistemas policiacos y judiciales, la cual sólo puede atenuarse mediante los cada vez mayores intercambios de información, cooperación y esfuerzos dedicados para producir nuevos entendimientos y definiciones transnacionales.

Se trata de un asunto en extremo delicado debido a que las tradiciones jurídicas de nuestras tres naciones tienen una larga historia que es defendida, como debe serlo, por individuos  y organizaciones respetables.  Las instituciones y procedimientos legales deben ser celosamente guardados para protegerlos de las extravagancias de los poderosos y de los caprichos de la opinión pública.  Sin embargo, trabajando juntos deben encontrarse formas de ajustar la ley a la realidad moderna – una tarea difícil, mas no imposible.  Encontrar acuerdos entre las tres naciones en cuanto a la interpretación de temas tan básicos como qué constituye un acto delictivo, qué factores pueden presentarse como prueba y a qué edad puede un individuo considerarse adulto con el fin de pronunciar sentencia en su contra, serían aportaciones enormes para promover la confianza transnacional en el imperio de la ley.  Este esfuerzo es tarea de juristas y académicos.

Un elemento clave para promover el espíritu de convergencia es que los países se pongan de acuerdo en que no debe darse a los delincuentes un lugar seguro donde esconderse.  Al darse el tránsito o la residencia de millones de ciudadanos de cada uno de nuestros países a través de o en cualquiera de las otras dos naciones de Norteamérica, el asunto de la extradición toma una importancia mayor.  Los tres gobiernos deben hacer más para facilitar el retorno de individuos para que se les dé el trato judicial apropiado en el país donde se alega que han cometido el delito.  Esto no está sucediendo ahora con la suficiente frecuencia.  En la mayoría de los casos no es posible utilizar el sistema judicial de un país para juzgar a las personas por delitos cometidos en otro, tal como lo estipula, por ejemplo, el Artículo IV del Código Penal de México.  Los sistemas judiciales son en sí mismos diferentes, el proceso es en sí mismo confuso y costoso, y la consecuencia neta es la falta de disposición para juzgar y la carencia de justicia tanto para el criminal como para la víctima.  Si las tres naciones en verdad creen que los sistemas jurídicos de las otras dos naciones son justos, entonces los delincuentes deben ser enviados de regreso para ser juzgados, sin importar su nacionalidad.  Si las otras dos naciones consideran que no hay justicia, entonces esos gobiernos tienen la obligación moral y política de advertir a sus ciudadanos que no viajen a los otros países.

En los Estados Unidos, las víctimas de actos delictivos – robos, asaltos, violaciones, etcétera – son, con la mayor frecuencia, miembros de la misma comunidad étnica que el criminal.  Es casi seguro que un mexicano que asalte a otro mexicano en San Diego y que se regrese a Tijuana casi nunca será llevado a juicio.  Esta situación debe remediarse a través de esfuerzos intensos hacia una mayor coordinación entre los cuerpos policiacos y hacia una mayor coherencia en cuanto al sistema de justicia.

La convergencia en la aplicación de la ley y en los procedimientos legales no sólo protege a nuestros ciudadanos, sino también tiene sentido en el aspecto económico.  En la investigación anual del Foro Económico Mundial en cuanto a la competitividad, Jeffrey Sachs y sus colegas de Harvard llegaron a la conclusión de que "el imperio de la ley conlleva el crecimiento"; se trata de uno de los elementos principales para determinar qué países probablemente van a alcanzar altas tasas de desarrollo y prosperidad.  Ciertamente las cuestiones de la seguridad jurídica y del estado de derecho son un factor importante en las decisiones que facilitan las inversiones nacionales o internacionales o que tienen como resultado que ésas se den.

Otro elemento para crear las condiciones de convergencia es la forma como una nación manifiesta su apoyo a la democracia en el mundo.  En Europa Occidental es una norma aceptada, el acuerdo de que los principios democráticos deben ser la base de las relaciones económicas y políticas con países que no son miembros de la Unión Europea.  La Resolución 1070 de la Organización de Estados Americanos estipula que deben suspenderse de la organización a los regímenes que han derrocado a gobiernos elegidos democráticamente hasta que se restauren los valores democráticos.

La no interferencia en los asuntos de otras naciones es un noble principio, pero no es encomiable la indiferencia ante la situación difícil de quienes sufren bajo regímenes dictatoriales.  Las naciones conformarán sus propias políticas en el entorno internacional con base en sus percepciones en cuanto a sus obligaciones, responsabilidades y consideraciones estratégicas.  La solidaridad con aquellos que requieren de aliento para mantener la esperanza es un elemento esencial en el mundo de hoy para promover la convergencia.

De manera similar, si el mundo debe alentar respuestas multinacionales a las crisis mediante el uso de instituciones a las que se ha confiado tal responsabilidad, como la Organización de las Naciones Unidas, la disposición de participar en esas actividades, incluyendo al mantener la paz cuando sea debidamente autorizado por la ONU, también puede alentar el espíritu de cooperación que se requiere para que el proceso de convergencia tenga éxito.

Más allá de los Mitos y los Estereotipos:
Un Mejor Entendimiento de Nosotros Mismos y de los Demás

Con el fin de facilitar la convergencia potencial, debemos alentar crear en cada nación percepciones acertadas y modernas de nosotros mismos y de nuestros posibles socios en la convergencia.  Las actitudes y percepciones que pudieron haber tenido alguna validez hace 100 o 50 años pueden no ser apropiadas para el mundo de hoy.  Cada una de las tres naciones de América del Norte debe analizar con cuidado cómo se percibe a sí misma y a las otras, y de qué manera la cultura popular y la educación formal con frecuencia perpetúan la forma de pensar del pasado.

Existe una tendencia desafortunada entre algunas personas en ambos lados del Río Bravo de verse a sí mismos como víctimas de la relación México-Estados Unidos.  Desafortunadamente, con demasiada frecuencia existe aún en el pensamiento popular estadounidense una mentalidad de cartón político en el que se representa a México como el agresor y a Estados Unidos como la víctima, ya sea que se trate de la migración, los narcóticos, los camiones de carga mexicanos que se consideran inseguros en las carreteras estadounidenses o de cualquier otro tema.  Esta manera simplista de pensar proviene de un pasado que ya no existe.  De igual forma es motivo de continuo interés el que un gran número de mexicanos aún piensa acerca de su propio país – el undécimo en población en el mundo, el undécimo en cuanto a Producto Interno Bruto, el duodécimo en producción manufacturera – como un país pequeño, pobre y víctima que no puede defenderse a sí mismo en la escena mundial.

Con los países, al igual que con los individuos, el resultado de la autopercepción de víctima no trae beneficio alguno – libera a la persona o a la nación del sentido de responsabilidad u obligación en cuanto a hacer frente los problemas o en cuanto a corregir errores.  Afortunadamente, en años recientes los tres países de Norteamérica han hecho mucho para reconocer que la mentalidad de víctima es equivocada y contraproducente.  Compartimos responsabilidades en cuanto a los problemas que tenemos delante y, por lo tanto, debemos compartir la tarea de encontrar las soluciones que se requieren.

Por ejemplo, en el área del comercio, los tres países continúan teniendo discrepancias – aunque menos que en el pasado, pero aún existen y probablemente siempre existirán, en una u otra forma, debido a tan alto nivel y a los muchos intereses involucrados.  Pero en años recientes, en especial desde la puesta en vigor del TLC, se han creado nuevos procesos y mecanismos que ubican a las tres naciones sobre una base de igualdad y permiten el arbitraje internacional cuando han fracasado las negociaciones bilaterales.  El poder no da la razón.  El tamaño o el poderío económico ya no pueden obligar a que otra nación adopte una postura determinada.  No hay villanos.  No hay víctimas.

Gran parte de la percepción distorsionada, tanto de uno mismo como de los demás, puede deberse a la incapacidad o la falta de disposición de los dirigentes políticos e intelectuales para hacer frente a las nuevas realidades, debido a que mantener viejas actitudes puede ser muy cómodo y en beneficio propio.

En la antigua Unión Soviética, el sistema comunista comenzó a derrumbarse sólo cuando los historiadores tuvieron la valentía de estudiar con veracidad el pasado, de analizar los mitos de la existencia y de separar los mitos de la realidad – todo esto en cuanto a una ficción histórica creada por quienes detentaban el poder como una herramienta para fortalecer el argumento de que únicamente el estado que ellos controlaban podía proteger a la gente de los peligros que presentaba un mundo más extenso.  Es importante señalar que con frecuencia la historia y la mitología creada sobreviven a las motivaciones ideológicas o a los propósitos políticos que fomentaron su creación.

Por lo tanto, un elemento importante para promover el espíritu de convergencia comprenderá una revisión cuidadosa de nuestros conceptos intelectuales y sistemas educativos.  Debe alentarse a nuestros mejores investigadores a involucrarse en el análisis más detallado posible de nuestra historia y de la situación actual con el fin de que los gobiernos puedan diseñar políticas públicas que alienten la convergencia.

Por ejemplo, en años recientes el nivel de comprensión del fenómeno de la migración ha aumentado de manera considerable debido a la investigación académica, incluyendo un importante estudio binacional con fondos aportados por los dos gobiernos acerca de “La Migración entre México y los Estados Unidos”.  Se requiere de estudios adicionales sobre las implicaciones prácticas de la integración económica en todos sus aspectos como el fundamento para la toma de decisiones en el ámbito gubernamental.

Debemos, por ejemplo, estudiar la eficacia de los diferentes programas actuales y potenciales a nivel gobierno en los tres países que se refieren a las dislocaciones económicas causadas por los nuevos patrones económicos en el mundo.  La globalización produce claramente una producción más eficiente y los consumidores están entre quienes más se benefician.  Pero en el proceso hay muchos que quizá no prosperen.  En los Estados Unidos, por ejemplo, han desaparecido muchos cientos de miles de empleos a medida que los productores han cambiado el sitio de producción a regiones con menor costo de mano de obra, especialmente a México.  El gobierno de los Estados Unidos ha puesto en vigor programas de capacitación laboral y de asistencia a las comunidades que han sufrido un fuerte impacto.  ¿Tienen éxito estos programas?  Claramente sería útil el análisis riguroso que proporcione la base para continuar los programas o crear nuevos.  También hay otros temas que requieren de investigación seria.

Por ejemplo, el análisis sólido del sector de la micro y pequeña industria en México puede ayudar a ampliar los beneficios del TLC a segmentos mayores de la sociedad.  Estas empresas generan más del 80 por ciento del empleo en México y producen 50 por ciento del Producto Interno Bruto del país.  Un área específica de investigación que se requiere se relaciona con la carga regulatoria de estos negocios y su capacidad de tener acceso al crédito.  Ligar cada vez más empresas de este tipo al TLC es una forma segura de aumentar los niveles de vida,  porque el nexo con las exportaciones tiende a aumentar los salarios.  Tan sólo en 1999, más de 35,000 empresas mexicanas pequeñas y medianas exportaron parte de su producción.  Se trata de una cifra alta, pero que tiene aún mucho espacio para crecer.

Más allá de la cuestión de la investigación objetiva, las tres naciones de Norteamérica deben revisar cuidadosamente el contenido de nuestros programas educativos.  No se trata de una tarea fácil, si se tiene en cuenta la naturaleza atomizada de la educación pública, especialmente en los Estados Unidos donde cada estado y con frecuencia cada localidad controla el plan de estudios.  Sin embargo, con seguridad los gobiernos y las instituciones privadas podrían revisar la substancia de lo que estamos enseñando a nuestros jóvenes, no en un esfuerzo de oscurecer la verdad o de hacer propaganda, sino más bien de presentar los hechos con objetividad y de aumentar la comprensión a nivel transnacional.

Por ejemplo, la enseñanza de la geografía y de asuntos internacionales en la mayor parte de los Estados Unidos es penosamente inadecuada para el mundo actual.  El estudio del continente en general y de México y Canadá específicamente está más a tono con los contactos limitados del mundo del ayer.  Por las razones más prácticas, los jóvenes estadounidenses deben conocer más acerca del primer y segundo socios comerciales de los Estados Unidos.  Pero también deben aprender más acerca de la historia y la cultura de las naciones de donde provienen sus compañeros de clase o sus futuros colegas de trabajo.  Por ejemplo, en años recientes se ha dado un esfuerzo nacional en los Estados Unidos por aumentar el estudio de la historia afroamericana. Esto ha servido para aumentar el conocimiento y el orgullo de los estudiantes afroamericanos, así como su entendimiento por parte del grueso de la población.  ¿Se hace lo bastante al respecto por lo que toca a la población hispana de los Estados Unidos?

Hay acontecimientos alentadores en esta área, pero la mayor parte de ellos en el nivel de la educación superior.  Hay centros de estudios mexicanos de primer nivel en  la Universidad de California en Los Angeles, en la Universidad de California en San Diego, en Georgetown, en la Universidad de Nuevo México, en Harvard y en la Universidad de Texas, tan sólo por nombrar algunos.  Es de igual forma alentador el desarrollo de una asociación de Estudios sobre los Estados Unidos entre los académicos mexicanos.

Es esencial que lleguemos a una mejor comprensión de nosotros mismos y de los demás porque la convergencia va a involucrar necesariamente un mayor nivel de interacción transnacional que lo que en la actualidad es posible en términos políticos o ideológicos.  Por ejemplo, hablar de una moneda común requiere la participación de las secretarías de Hacienda de las tres naciones en conversaciones y quizás negociaciones acerca de temas tan delicados y eminentemente nacionales como la política fiscal y tributaria, y el gasto social.

Con el fin de llegar al punto en que se consideren estas interacciones como un elemento natural de la convergencia, y no como una intervención en los asuntos soberanos de la nación-estado – como probablemente muchos las describirían hoy en día – van a tener que darse alteraciones importantes en la forma como pensamos acerca de nosotros mismos y de nuestros vecinos.  Esto, a su vez, requerirá un esfuerzo serio por cambiar las percepciones actuales.

Después de más de tres décadas en el servicio diplomático de mi país, he llegado a percatarme de que mientras el trabajo de los gobiernos, por ejemplo, la conducción de la diplomacia, es en extremo importante, lo que es muy importante al promover el entendimiento internacional son los esfuerzos de los individuos y de las organizaciones no gubernamentales – municipios, estados, universidades, los rotarios, las organizaciones profesionales de doctores y abogados, y tantas otras.  Un gran número de estudiantes estadounidenses y mexicanos ya estudian en el otro país.  En algunos casos esto cuenta con la ayuda de los gobiernos federales.  La Comisión García Robles-Fulbright realiza un excelente trabajo al respecto, pero los recursos para todos son pocos.  La clave para la creación de un espíritu de convergencia es la mayor comprensión en el ámbito individual y, aunque se trata de una tarea mucho más compleja de la que realizan los burócratas en Ottawa, el Distrito Federal o Washington, es plenamente necesaria.

Los pasos que los gobiernos podrían dar ahora serían aumentar de manera significativa los fondos para el intercambio educativo y cultural, promover seriamente el reconocimiento de los títulos profesionales de un país en los otros dos, y apoyar – aunque no necesariamente en términos financieros – las organizaciones privadas no gubernamentales interesadas en promover las actividades a través de las fronteras.

Conclusión:  Una Obra en Progreso

En resumen, el nivel de interacción entre las naciones de Norteamérica ya es alto, y continuará desarrollándose con rapidez en los años venideros.  En este punto no podemos determinar cuáles vayan a ser en el futuro las formas concretas de convergencia – cuáles serán sus características específicas.  Es sano y vale la pena debatir sobre el futuro, pero es mucho lo que se puede y se debe hacer hoy para formular el espíritu básico necesario para construir el nuevo edificio de la convergencia.  Los elementos más esenciales de este nuevo espíritu son la dedicación común a la democracia y a la prevalencia de la ley, con un enfoque específico en abrir nuestros sistemas a las muchas voces y a la cooperación judicial, así como a crear nuevas percepciones de nosotros mismos y de los demás a través de un creciente contacto entre nuestros pueblos y a través de la erudición más rigurosa y la educación libre de sesgos y prejuicios del pasado.  Todos nosotros y nuestras naciones de la América del Norte, somos una obra en progreso y debemos apreciar la oportunidad de participar en la tarea de construir el futuro.

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