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Embajada de los Estados Unidos
ARTICULO DEL EMBAJADOR 

NUEVAS OPORTUNIDADES PARA LOS ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO
Artículo escrito por el Embajador Jeffrey Davidow
para la publicación "The Ambassadors Review",
editada por el Council of American Ambassadors (Consejo de Embajadores Estadounidenses)

Incluso los embajadores que evitan escrupulosamente las trampas del clientelismo son proclives a magnificar la importancia que tiene para los Estados Unidos el país ante el cual están acreditados. Por lo tanto, hago conscientemente la siguiente afirmación: sencillamente no existe otro pais que tenga mayor impacto sobre la vida diaria de los estadounidenses que México.  Más estadounidenses se ven afectados por lo que sucede en México que por los acontecimientos y tendencias de cualquier otro país. Lo que compramos, vendemos y fabricamos, los salarios que pagamos y recibimos, los idiomas que hablamos, las drogas ilícitas y la criminalidad que nos aquejan y, en ciertos lugares, el aire mismo que respiramos y el agua que utilizamos se ven influenciados en considerable medida por México. Aún así la atención que se le presta a este país es esporádica y a menudo parcial o negativa, y se centra en un tema o en lo que se percibe como una amenaza  en un momento determinado: los narcóticos, la inmigración ilegal, la pérdida de empleos, etc. Hace falta un debate nacional inteligente sobre las cuestiones mexicanas antes de que podamos tratar satisfactoriamente los mismos temas con las autoridades mexicanas.

El perfil de México en los Estados Unidos dio un salto gigantesco con la llegada, en diciembre del 2000, de Vicente Fox como el nuevo presidente. Su elección en julio del año pasado fue como un rayo inesperado para muchas personas que no estaban conscientes de la progresiva transformación económica y política de México durante la década anterior. Los mexicanos mismos se sorprendieron y quedaron complacidos por la victoria de Fox, pues habían dudado de su propia capacidad y de la voluntad de las autoridades del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de conducir un proceso electoral libre. El predecesor de Fox, Ernesto Zedillo,  merece crédito por insistir en que la modernización económica de México debía ir de la mano de una mayor democracia política, y por imponer su punto de vista en su propio partido entonces en el poder.

Fox dota a la presidencia de dinamismo y carisma. Tiene el compromiso de profundizar las tendencias de la liberalización política y económica fomentada por Zedillo. No tiene las trabas de décadas de compromisos, de arreglos y de cuidar la maquinaria política del PRI –una impresionante organización que le hizo mucho bien a México aunque contradictoriamente creaba un clima de complicidad y corrupción. La movilidad política de Fox en busca de reformas se ve limitada por la competencia continua por el poder entre y dentro de los partidos tradicionales de México: él no controla ninguna de las cámaras del Congreso; el PRI sigue siendo el mayor partido, aunque está muy dividido; y Fox tiene diferencias importantes con su propio partido, el Partido Acción Nacional (PAN). Todo este desarreglo es rutina en el resto del mundo democrático, pero es muy reciente y confuso para México, que había sido dirigido como un buque político compacto bajo el PRI.

Por lo que toca a las relaciones entre México y los Estados Unidos, resulta alentadora la franqueza de Fox y el que esté dispuesto a reconocer públicamente lo que las anteriores administraciones mexicanas habían preferido ocultar en una bruma de nacionalismo retórico: el futuro de México depende en gran medida de los Estados Unidos y, por lo tanto, mejorar la relación es una prioridad fundamental de su gestión. La mayoría de los mexicanos serios dejaron hace mucho de creer en la frase trivial: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Pero muchos miembros de los círculos políticos e intelectuales no fueron capaces de admitir lo hueca que era la anterior perspectiva, y prefirieron presentarse a sí mismos como incómodos y a menudo hostiles a la influencia del gigante del norte. Fox sabe que no es menos patriota por señalar que estrechar los vínculos con los Estados Unidos –en todos los ámbitos: comercial, cultural, educativo, etc.- beneficiará a ambos países.

Ha mostrado también otros cambios de actitud y de acción. Mientras que gobiernos anteriores restaron importancia a las contribuciones y problemas de los emigrantes mexicanos en los Estados Unidos, Fox proclama con orgullo que los que han participado en el éxodo hacia el norte (casi diez por ciento de la población mexicana) son héroes, y sostiene que las dificultades que tantos de ellos enfrentan deberán estar entre la prioridades de su programa. Aunque las autoridades anteriores acogieron la inversión extranjera, grandes sectores de la economía mexicana (generación de electricidad, petróleo, banca, aerolíneas) se mantuvieron como áreas protegidas. Fox está limitado en su alcance con respecto a la apertura de éstos sectores a la inversión extranjera, pero su discurso es mucho más abierto que las argumentaciones previas. En años recientes México ha hecho mucho más por combatir el narcotráfico y otros delitos transfronterizos, pero se ha resistido a una cooperación más plena con los Estados Unidos. El nuevo enfoque de Fox reconoce una responsabilidad compartida y está encaminado a promover una mayor cooperación en el combate contra la delincuencia. Asimismo, en el ámbito internacional, México ha esgrimido la “no-intervención”, una ventajosa protección en contra de las presiones estadounidenses, como excusa para no tener una participación considerable en actividades internacionales, quizá de intromisión, pero benéficas, como la vigilancia de los derechos humanos en otros países y el mantenimiento de la paz. En su primer día en el cargo, Fox anunció que en el 2002 México buscará ser designado como miembro temporal del Consejo de Seguridad de la ONU y que se unirá a la comunidad de los países democráticos en condenar las violaciones de los derechos humanos.

Estos cambios de actitud y de pronunciamiento coinciden con la nueva realidad mexicana: un país con 100 millones de habitantes, con la mayor población de habla hispana del mundo, miembro de la Organización para el Desarollo y Cooperación Económica (OECD) que ocupa el décimo segundo lugar en la lista de los mayores fabricantes de productos manufacturados del planeta, un país con acuerdos de libre comercio con los mayores grupos económicos del mundo (entre otros, los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea) y nuestro segundo socio comercial, que dentro de poco será el primero. Fox representa un México nuevo, más positivo, cada vez más parte del primer mundo y orgulloso de ello.

La confianza de Fox y la evolución de la imagen propia de México deberán facilitar la interacción entre nuestros dos países, menos afectada por la trivialidad, más abierta y pragmática. Pero ello no será nada fácil. Aunque hay muchos temas que pueden surgir y causar tensión, los asuntos más polémicos en la ecuación Estados Unidos–México tienen que ver con la migración y los estupefacientes. Debido a que éstas no son cuestiones áridas de geoestrategia internacional en sitios remotos, sino temas complicados con grandes repercusiones y contenido nacional, para nosotros son especialmente difíciles de tratar. Tenemos que analizar estos temas entre nosotros -en el Congreso, la prensa, las universidades, etc.– con el fin de poder sostener un diálogo inteligente con México.

La entrada ilegal en los Estados Unidos tanto de estupefacientes como de inmigrantes indocumentados se presta para establecer un fácil símil, el cual se ha utilizado muchas veces en México para evadir la responsabilidad. Si el público estadounidense no demandara drogas y los empleadores estadounidenses no buscaran trabajadores con baja paga, México no sería proveedor. Del lado estadounidense de la frontera ha habido un intento igualmente simplista por reducir estos problemas complejos  a una suerte de ecuación de oferta y demanda: controle sus drogas o su gente y no tendremos problemas de drogas ni de migración; es la oferta de ustedes lo que causa el problema. Por fortuna, en años recientes los dirigentes serios de ambos países han reconocido que estas perspectivas acusatorias, que hacen caso de los factores de expulsión y atracción en la cuestión migratoria y los masivos esfuerzos de comercialización trasnacional de los traficantes de estupefacientes, son inexactas y estériles. La cooperación ha aumentado y muestra todos los signos de mayor crecimiento durante el mandato del presidente Fox.

En años recientes, México ha cobrado mayor conciencia del corrosivo efecto del narcotráfico en sus débiles instituciones policiales y poder judicial, y del problema cada vez mayor de su propio consumo. Trabajamos muy estrechamente con los funcionarios mexicanos ofreciéndoles capacitación y compartimos con ellos información a medida que tratamos de hacerle la vida difícil a los delincuentes. Los avances son lentos y abundan las decepciones, pero hemos alcanzado algunos éxitos. Cuando los mexicanos miran hacia el norte, aún surge la cuestión de la demanda. Aunque han disminuido las acusaciones todavía se plantean preguntas válidas sobre si estamos haciendo lo necesario en nuestro país para instruir a los jóvenes, rehabilitar a los toxicómanos y promover una cultura contra la farmacodependencia.  Estas son cuestiones legítimas y, aunque no debemos cejar en nuestro empeño por lo que toca a la observancia de la ley contra el uso y tráfico de drogas, ¿realmente estamos haciendo todo lo que podemos en cuanto a los aspectos sobre educación y rehabilitación de la ecuación? La cuestión está cobrando cada vez más atención en los Estados Unidos, aunque desgraciadamente suele mezclarse con un debate inútil sobre las poquísimas probabilidades de la legalización. Gran parte del debate público responsable se desperdicia en esa faceta del asunto, y podría dirigirse mejor a los temas de la prevención y el tratamiento.

Así como deberíamos analizar en nuestro propio país los problemas del consumo con mayor rigor, deberíamos considerar el tema de la migración ilegal en un contexto binacional más amplio de responsabilidad compartida. Los mexicanos desean regularizar la situación legal de sus ciudadanos en los Estados Unidos y aumentar el número de los que puedan entrar legalmente. Podemos exhortar y exhortamos a las autoridades mexicanas a trabajar junto con nosotros para que la migración sea lo más segura y ordenada posible al combatir a los traficantes de extranjeros que explotan a los migrantes. Pedimos una mayor cooperación para impedir la entrada ilegal de ciudadanos de terceros países en su territorio, pues en el año 2000 el 20 por ciento de los 1.5 millones de personas regresadas en la frontera por el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) no eran mexicanos, sino ciudadanos de otros países. Exhortamos a las autoridades mexicanas a colocar más policías en la frontera para que por lo menos puedan orientar a los posibles migrantes extranjeros para que se alejen de los puntos de cruce ilegales más peligrosos. Además, fundamentalmente, expresamos nuestro apoyo a la interpretación de Fox sobre los fenómenos migratorios, en el sentido de que sólo cuando los mexicanos puedan desarrollar más plenamente su economía por medio de la inversión extranjera y nacional, cuando eliminen gran parte de la pobreza que aqueja a la mitad de su población y cuando reduzcan la desigualdad en el ingreso (en la actualidad de siete a uno) entre México y su vecino del norte, empezará a disminuir el flujo migratorio.

Desde luego, apoyamos a los inversionistas estadounidenses cuando han tomado la decisión de venir a México; la promoción comercial es un importante elemento de las labores de la embajada. Pero para muchos observadores esto quizá no sea suficiente. Muchos sostienen que los Estados Unidos y Canadá deberían tomar una posición más parecida a la de la Unión Europea hacia sus vecinos del sur promoviendo la transferencia de recursos, tanto privados como públicos hacia ellos, en gran medida como los países ricos del norte de Europa lo han hecho con sus socios menos desarrollados. Hacia el año 2001, el programa de asistencia de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID) hacia México representa la mitad de nuestros programas en Zambia o Malawi, y no hacemos una distinción general entre estos países y México en nuestro apoyo público a la inversión privada estadounidense. Gobiernos mexicanos anteriores se han negado a reconocer públicamente que México recibe asistencia, pero la administración del presidente Fox parece tener menos complejos al respecto y recibiría gustoso más ayuda del norte.

Por lo que se refiere al desarrollo económico, los mexicanos tienen la mirada puesta en el modelo europeo, pero aún no ha habido mucho eco en el lado estadounidense. Promover cualquier programa de transferencia de recursos suscitaría la participación de las autoridades públicas estadounidenses no sólo en el tradicional debate nacional sobre la ayuda extranjera, sino en una crítica más precisa respecto a transferir fondos de los contribuyentes a un país relativamente rico (entre los países en desarrollo) que ya se ha beneficiado del flujo de muchos empleos estadounidenses. Sería en verdad un debate difícil, pero debemos estudiar formalmente las posibilidades.

Aunque sería útil un intercambio de ideas informado sobre cómo podrían los Estados Unidos contribuir mejor al desarrollo de México, resulta imperativo un diálogo público sobre nuestras políticas de inmigración. Es de lamentar que históricamente en los Estados Unidos hay debates sobre la inmigración, a menudo con resultados negativos y muy nacionalistas, durante períodos de descenso económico; por ejemplo, la propuesta 187 en California tuvo lugar durante un difícil período en la década de 1990. Desgraciadamente no aprovechamos nuestra reciente época de progreso económico para realizar un debate inteligente sobre la materia. Lo que queda claro es que las políticas de migración no están teniendo el efecto deseado. Los resultados del censo del 2000 son ilustrativos. La población de origen hispano ha aumentado más de 100 por ciento en 19 estados y ha crecido de manera espectacular casi en todas partes desde 1990. Gran parte de estas cifras representan a ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes extranjeros, pero los investigadores creen ahora que el número de inmigrantes ilegales que viven en los Estados Unidos pueden ser más de nueve o incluso llegar a 11 millones, un número mayor que los seis millones que las autoridades estadounidenses han manejado en años recientes. Además, si suponemos que hasta dos tercios de ellos son mexicanos, podría haber entre seis y ocho millones de mexicanos indocumentados viviendo en los Estados Unidos –número casi igual al de individuos nacidos en México que residen en nuestro país. Las cifras aún no se han verificado y son muy polémicas, pero ciertamente son acordes a la abundante evidencia anecdótica disponible.

Este gran aumento de la población mexicana indocumentada se da en un momento en el que las autoridades estadounidenses han destinado más fondos a la seguridad fronteriza que nunca antes, mediante la contratación de agentes nuevos y la construcción de nuevas cercas. Siendo benignos, hay que decir que estos esfuerzos no han funcionado como estaba previsto. En realidad, quizá hayan tenido un efecto perverso. Entrar en los Estados Unidos se ha vuelto mucho más difícil, de tal manera que se han interrumpido las viejas pautas de los inmigrantes que llegaban por un período de tiempo determinado, regresaban a casa para la Navidad o para la cosecha en su tierra y luego regresaban a los Estados Unidos por otro período de trabajo. Una vez superado el reto de entrar, pocos desean irse e intentar de nuevo.

Los mexicanos están indignados por una política que, al dificultar el cruce fronterizo, ha empujado a los inmigrantes indocumentados a zonas peligrosas. En el año 2000, unos 400 mexicanos perdieron la vida en el intento. En promedio, una persona muere al día por sobreexposición al sol, ahogada o deshidratada. Lo que vuelve particularmente exasperante este número de víctimas es que después de hacer tan difícil la entrada, una vez en los Estados Unidos, al inmigrante promedio le resulta relativamente poco difícil encontrar empleo, los expertos en economía alaban su labor por ser productiva y antiinflacionaria, y tiene pocas probabilidades de ser detenido por el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS). Las redadas a la vieja usanza en los lugares de empleo han desaparecido en gran medida y rara vez se aplican las supuestas penalidades a quienes emplean a extranjeros ilegales.

Para los mexicanos, no hay tema más candente en la relación bilateral que el trato que damos a sus migrantes, no sólo en el peligroso cruce de la frontera, sino una vez dentro de los Estados Unidos. A lo largo de la historia, rara vez ha sido fácil la vida de los migrantes, pero la mayoría de los extranjeros ilegales que se encuentran actualmente en los Estados Unidos, deben vivir ocultos. A menudo son maltratados por patrones sin escrúpulos y temen acercarse a las autoridades estadounidenses que podrían ayudarlos. Se descuenta de su escaso salario los impuestos sobre la renta y contribuciones al seguro social que luego se acreditan a cuentas con los nombres y números falsos que han obtenido, por lo que no tienen perspectiva alguna de recibir en el futuro el beneficio por el que pagaron.

Hay en los Estados Unidos un número creciente de voces que pide nuevos métodos –quizá un programa de trabajadores huéspedes más amplio o una amnistía. No hay respuestas fáciles, pero cualquier enfoque deberá tomar en consideración la debilidad de la política actual y los costos humanos de quienes sufren, se ocultan o mueren por residir y trabajar en los Estados Unidos. De nuevo, como en el caso de los estupefacientes o de la transferencia de recursos del norte rico al sur pobre, son enrmes los obstáculos políticos nacionales para un debate informado y enfoques razonados. Para muchos líderes políticos y de opinión, la mejor opción es hacer caso omiso de los temas. Pero ese método es contraproducente. Debemos prepararnos para el futuro. Nuestra relación con México es completamente distinta hoy que hace veinte años. ¿Puede cualquiera pensar en serio que no cambiará aún más profundamente en las siguientes dos décadas? Es claro que conviene a los Estados Unidos que México se siga desarrollando como fuerza económica y democracia estable que sea capaz de dar a su población los beneficios de la vida del siglo XXI. Con un asertivo gobierno del presidente Fox que nos insta a comenzar el diálogo, debemos también iniciar conversaciones formales en nuestro propio país sobre estos importantes temas.

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